Bueno, mira, lo digo de una vez. Yo no lo inventé a Néstor. Te lo digo de una vez, así termino con esta pulseada de buena voluntad que estoy llevando a cabo en un afán mío de liberarte un poco de tanto macaneo. La verdad: yo no lo inventé a Néstor ni a Cristina.
Ellos nacieron como una reacción a tus malos gobiernos. Yo no lo inventé a Néstor ni a Cristina ni a su doctrina. Los trajo, en su defensa, un pueblo a quien vos y los tuyos habían enterrado en un largo camino de miseria.
Nacieron de vos, por vos y para vos. Esa es la verdad. Porque yo no lo invente a Néstor, ni a Cristina. Los trajo esta lucha salvaje de gobernar creando, los trajo la ausencia total de leyes sociales que estuvieran en consonancia con la época. Los trajo tu tremendo desprecio por las clases pobres a las que masacraste, desde el 19 y 20/12 a Puente Pueyrredon, porque pedían un mínimo respeto a su dignidad de hombres y un salario que les permitiera salvar a los suyos del hambre. Sí, del hambre y de la terrible promiscuidad de sus viviendas en las que tenían que hacinar lo mismo sus ansias que su asco.
No. Yo no lo invente a Néstor ni a Cristina. ¡Vos los creaste! Con tu intolerancia. Con tu crueldad. Con la misma crueldad aquella del candidato a presidente, ex presidente, que manejaba impunemente su Ferrari ante los ojos llenos de hambre de millones de compatriotas.
Sí, yo sé que te fastidia que te lo recuerde. Es claro, pero vamos a terminarla de una vez. Porque yo no lo invente a Néstor ni a Cristina. Los trajo la injusticia que presidía el país. Porque a fuerza de hacer un estilo de tanto desmán, termino por parecerte correcto lo más infame. Claro, a vos no te alcanzaba esa injusticia. Tendrías, como un señor que yo conocía y que iba todos los meses a cobrarlo, un puesto de periodista independiente para cubrir sus gastos, que se lo pagaban oficialmente, y un sueldo para salir en el Gran Diario Argentino. Yo me acuerdo de Papel Prensa. Y vos también. Aquella mafia siniestra que se apodero solo para aterrorizar gente y mentir a mansalva. No, si la memoria fastidia. Pero yo no lo invente a Néstor ni a Cristina. Los trajo la estulticia que manejaba el país. Mira, si vos hubieras estado en la Plaza de Mayo como yo y como tantos, en Diagonal Norte, y hubieras visto morir primero a aquellos Compañeros, luego a decenas y hubieras visto golpear a las Abuelas y las Madre por una “gloriosa” institución que nos llena de vergüenza, no hubieras formado nunca más parte de ese partido que integras por amor propio y quizás por ignorancia de tantos hechos delictuosos que son los que empezaron a preparar la llegada de Néstor y Cristina. En un país milagroso de rico, arriba y abajo del suelo, la gente muerta de hambre. Los maestros sirviendo de burla en lugar de hacer llorar porque estaban sin cobrar un año entero. ¡No! ¡Y todo vendido! ¡Y todo entregado!
Yo sé que te da rabia que te lo repitan tantas veces, pero es que entristece también pensar que no lo queres oír. El otro día en un discurso oí que decías refiriéndote a un
Gobierno de 1918: “Ya por ese entonces los obreros gozaban… ¿De qué gozaban? ¡Los gozaban!, que no es lo mismo. Y sí, Mordisquito, ¡los gozaban!
La nuestra es una historia de civismo llena de desilusiones. Cualquiera fuese el color político que nos gobernó, siempre la vimos negra. Aspiramos a gozar y al final nos gozaron. ¡Todos! ¡Siempre!
Una curiosa adoración, la que vos sentís por los pajarones, hizo que el país retrocediese cien años. Porque vos tenes la mística de los pajarones y practicas su culto como una religión. Cuanto más pajarón él, más torpe y más crédulo vos. Te gusta oír hablar a la gente que no le entendes nada; la que te habla claro, te parece vulgar. Yo también entre como vos y, ¿por qué no confesarlo?, me sentía más conmovido frente a un pajarón que frente a un hombre de talento. El pajarón tiene presencia, tiene historia, larga, la que casi siempre empieza con un tatarabuelo que era pirata. Yo también me sentía dominado por los pajarones cuando era chico. Ahora, ¡no! Cuando era chico, sí. ¡Pero no ahora, Mordisquito! Sálvate de los pajarones. El fracaso, por no decir la infamia, de los pajarones fue lo que trajo como una defensa a Néstor y a Cristina. Pero no fui yo quien los inventó.
A Néstor lo trajo la injusticia y el dolor de un pueblo que se ahogaba de harina blanca y una vez tuvo que inventar un pan radical dé harina negra para no morirse de hambre. O reinventar el trueque. Tampoco te lo acordabas. ¡Ay, Mordisquito, que desmemoriado te vuelve el amor propio!
Te dejo. Con tu conciencia. ¡Néstor es tuyo! ¡Vos lo trajiste! ¡Y a Cristina también! Por tu inconducta. A mí lo único que me resta es agradecerte el bien enorme que sin querer le hiciste al país. Gracias te doy por Él y por Ella, por la patria que los esperaba para iniciar su verdadera marcha hacia el porvenir que se merece. ¡A mí ya no me la podes contar, Mordisquito! Hasta otra vez, sí. Hasta otra vez.
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